puntos cardinales

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p u n t o s   c a r d i n a l e s

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Norte: lo salvaje.

“Tenía tan sólo la sensación de la existencia en su sencillez primordial, como la que puede vibrar en el fondo de un animal; estaba más despojado que un hombre de las cavernas.”

(Marcel Proust, Por la parte de Swann, 1913).

Sur: lo bello natural.

“Si un hombre que tiene bastante gusto para juzgar sobre los productos de las bellas artes con la mayor exactitud y sutileza abandona de buen grado la habitación en que se encuentran las bellezas que entretienen a la vanidad y a otras alegrías sociales y se dirige a lo bello de la naturaleza para encontrar voluptuosidad (por decirlo así) para su espíritu en un razonamiento que nunca podrá desarrollar por completo, consideraremos con gran respeto esta elección suya y presupondremos en ese hombre un alma bella, cosa que no puede atribuirse ningún conocedor y amante del arte por el interés que toma en sus objetos.”

(Jean Jacques Rousseau, citado por Theodor Adorno en Teoría estética, 1970).

Este: lo inútil.

“El científico no estudia la naturaleza porque es útil, sino porque le cautiva, y le cautiva porque es bella. Si la naturaleza no fuera hermosa, no valdría la pena conocerla, y si no valiera la pena conocerla, tampoco valdría la pena vivir. Por supuesto, no me refiero aquí a la belleza que estimula los sentidos, la de las cualidades y las apariencias; no es que la desdeñe, en absoluto, sino que ésta nada tiene que hacer con la ciencia. Me refiero a la belleza más profunda, la que procede del orden armonioso de las partes y que puede captar una inteligencia pura.”

(Jules Henri Poincaré, Science et méthode, 1908).

Oeste: lo imaginario.

“Todos aquellos libros son cosas soñadas y bien escritas para entretenimiento de los ociosos, y no verdad alguna; que, a serlo, entre mis pastores hubiera alguna reliquia de aquella felicísima vida, y de aquellos amenos prados, espaciosas selvas, sagrados montes, hermosos jardines, arroyos claros y cristalinas fuentes, y de aquellos tan honestos cuanto bien declarados requiebros, y de aquel desmayarse aquí el pastor, allí la pastora, acullá resonar la zampoña del uno, acá el caramillo del otro.”

(Miguel de Cervantes, Coloquio de los perros, 1613).