el ciclo de la montaña

Revista DESNIVEL nº 397, julio – agosto 2019

Luis Chacón

Imaginar

La curiosidad y el asombro como motores de la acción. La llamada de lo otro. Lo desconocido. Territorios inexplorados. Mundos que intuimos y por eso mismo existen, aunque algunos cartógrafos los ignoren. Buscar en mapas y relatos algo que confirme la intuición que nos pone en marcha.

Salir

Plantarse desnudo frente a lo desconocido y rebasar la frontera de lo confortable habitual para salir al exterior de lo que somos. Viajes paralelos fuera y dentro de la piel que limita lo que creemos ser. Ir más allá y más acá al mismo tiempo. Viajar por los rasgos precisos de lo geográfico y al mismo tiempo viajar al interior de lo que somos para explorar los paisajes de nuestro mundo subjetivo.

Ascender

Entrar en el recinto de la montaña. Respeto y empatía para desvelar los secretos que se ocultan en el interior de lo que creemos y en el arbitrario conjunto de interpretaciones al que llamamos realidad. Dialogar con las fuerzas telúricas y la erosión, recorriendo los volúmenes de la montaña como el abecedario de los tiempos geológicos. El gesto de la mano sobre la roca: una palabra nueva en un vocabulario de millones de años. Abrir puertas secretas en la superficie de la montaña, para acceder a lo esencial. Rendirse a la profunda conexión animal con el paisaje e interiorizar las experiencias primordiales que proporciona la montaña.

La cumbre

Las manos ya no tienen nada que hacer. Los pies son el único punto de contacto con el mundo. El resto de nuestro ser es un exceso, un disparate que emerge de la corteza terrestre. El punto culminante donde es más evidente la conexión con el universo que es fuente de todo sentido. El asombro ante el más allá cuando el horizonte retrocede.

Transformación

Allí arriba uno intuye que ha viajado a un lugar remoto en busca de algo que ya llevaba dentro cuando se puso en camino. Uno intuye lo paradójico de haber ido tan lejos para llegar a un lugar que estaba tan cerca. Quiméricos ‘conquistadores de lo inútil’ que nos buscamos a nosotros mismos en lugares extremos y condiciones hostiles. ¿O es justamente al revés: insatisfechos del propio mundo interior, viajamos a lugares imposibles para buscar lo otro, lo diferente, lo esencial? En cualquier caso, si uno asciende la montaña geológica y, al mismo tiempo, asciende la montaña interior, si uno asciende fuera y dentro de la piel, la ascensión de una montaña puede producir una transformación profunda: uno puede ir de lo que es, a lo que puede ser.

Volver

El final de un viaje y el principio de otro. Primero hay que descender al pie de la montaña. Nada termina antes de eso (“subir es opcional, bajar es obligatorio”, dice Joao García). Y luego, observar que uno no vuelve al mismo sitio del que salió, porque uno ya no es el mismo que salió. El poder transformador de las grandes experiencias en la montaña nos devuelve renovados. ¿Qué amante de la montaña no ha tenido la experiencia de volver con la sensación de traer bajo el brazo un pacto renovado con lo esencial de la vida?